Fueron
más o menos tres mil los muertos que José Arcadio Segundo Buendía vio a bordo
del interminable tren de doscientos vagones, impulsado por tres locomotoras. De
los techos sobresalían las metralletas empotradas y los soldados en alerta. El
mar era el destino por excelencia de los cadáveres, y el banano, el sinónimo
del progreso tan bien jalado por el tren.
Hoy,
los sinónimos del progreso han dejado de ser el banano y el café. De un tiempo
hacia acá, las locomotoras que propone el gobierno de Juan Manuel Santos tienen
la fiel consigna de impulsar la minería, la vivienda y la innovación, entre
otras menos fuertes. Las locomotoras han andado y la propuesta del desarrollo
ha sido bien recibida por muchos sectores, pero aún así “los macondianos”, los
directamente afectados, pueden estar sufriendo la victimización por parte de
las Locomotoras del Progreso, y puede que nosotros sigamos padeciendo de “la
enfermedad del insomnio” y ellos sean ignorados por nuestra memoria.
Esa
macondiana historia es la historia que hoy viven muchos sectores de Colombia, y
de la cual testifican con dolor las comunidades del Sur del Bolívar, entre
otras. Comunidades para las que el hecho de haber descubierto el oro, el carbón
o cualquier mineral les ha llevado la violencia como pago por éste. La sociedad
progresista, en busca de desarrollo que tiene Colombia les ha desplazado
numerosas veces y la locomotora enciende motores. Han sido las empresas mineras,
desde los noventa, un factor testigo o victimario de esas macondianas
comunidades, y hoy, con la Locomotora minera que conduce el Estado, nuevamente
victimiza a todos los macondos, a todos los olvidados. Es preciso advertir que
esta locomotora, entre tantas cosas, ha cargado muertos y sus fuerzas han
desplazado macondianos, y aún así, el Sur del Bolívar y el resto del país sigue
sumergido en el olvido de los que deberíamos recordar.
Entre
esos tantos olvidos me es posible criticar los más graves. La minería
artesanal, propia de campesinos, no ha sido una preferencia de la Locomotora, y
lo eminentemente claro es que la rigidez de los decretos de su reglamentación
alejan a los campesinos de acceder a la legalización de su tipo de minería.
Estos mismos campesinos, son los que en algún momento han sido desplazados por
los intereses “progresistas” que hay detrás del oro, y aún así, el gobierno no
hace miramientos a estas condiciones especiales de esta población. Incluso, en
el más reciente decreto que reglamenta la materia (Decreto 1970 de 2012) se
actúa de una manera en la que, habiendo interpuesto en el mismo territorio un
proceso de legalización de la minería tradicional y una petición de título o título
minero, no prosperando las negociaciones de una subcontratación, se preferirá
la petición del título o el título minero preexistente. El Estado nuevamente se
encargo de accionar la metralleta contra los macondianos, y ahora vuelve a ser
momento de cargar los cadáveres en el tren que está impulsado por una
Locomotora de cabeza, una detrás y otra en el medio. Locomotoras y sus víctimas,
la minería y su progreso.
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