lunes, 2 de mayo de 2011

Un canto a la reconciliación: Las Pavas

Por el derecho al retorno

Un canto a la reconciliación: Las Pavas

Profesores y estudiantes de la Facultad de Ciencias Jurídicas han trabajado de la mano de los campesinos desalojados de la hacienda Las Pavas reconocerles el derecho que les asiste como legítimos propietarios de estos predios.

Por: Camilo Vallejo Giraldo
Egresado de la Facultad de Ciencias Jurídicas

En la tarde del lunes 4 de abril, un campesino cantaba en la entrada del Palacio de Justicia de Bogotá. Era don Efraín el que entonaba canciones de su autoría; cada una era el relato triste de la historia de su comunidad y a la vez era la encarnación de sus fórmulas para la paz.

Pero esta vez él no estaba solo ¬¬—al igual que su pueblo, no lo estará nunca más—, lo acompañábamos profesores y estudiantes de varias universidades de la capital. Mientras algunos le sostenían el megáfono y otros lo acompañaban con la guitarra, todos, sin excepción, aplaudíamos al ritmo de la música y coreábamos los versos que íbamos aprendiendo. Al fin don Efraín sólo tenía que preocuparse por cantar su mensaje, pues para darle fuerza, para que lo oyeran, ya otros veníamos aprendiendo a cantarlo a su lado.

¿Qué era lo que nos convocaba en ese lugar? Que ese mismo día la comunidad de don Efraín, más de 70 campesinos desplazados, liderados por Misael Payares, habían decidido retornar pacíficamente a la hacienda Las Pavas, en los municipios de El Peñol y Tamalameque, al sur de Bolívar. Queríamos entonces, con nuestra presencia en el Palacio de Justicia y con la presentación de una “tutela simbólica”, solicitar a la Corte Constitucional una garantía de protección y dignidad para la comunidad de don Efraín en su regreso a la tierra.

Este campesino, a quien el terror no le ha arrebatado el brillo de su mirada ni la espontaneidad de su risa, nos contó allí que anda escribiendo un libro con el que espera relatar todo lo sucedido. Lo escribe a mano, cada vez que tiene tiempo, y lo hace con más entusiasmo desde que le operaron los ojos; ya no tiene que acercar las hojas hasta las narices, dice. El libro cuenta que en 1997, ciento veintitrés familias ocuparon una parte correspondiente a la hacienda Las Pavas, la cual, aunque no había sido explotada, en el papel pertenecía a Jesús Emilio Escobar, un tío de Pablo Escobar. Las familias se instalaron y cultivaron por algunos años plátano, yuca y ñame.

En el año 2003, estos campesinos fueron desplazados por los paramilitares; sin embargo, con el paso del tiempo, pudieron ir regresando poco a poco por iniciativa propia; eso sí, irónicamente el terror hacía que el regreso a su tierra se hiciera de manera silenciosa y casi clandestina. Los campesinos aprovecharon este primer retorno para hacer al Incoder una solicitud formal de extinción de dominio de unos predios y de titulación de otros, puesto que la única explotación había sido la de ellos. Pero de nuevo llegaron las amenazas, esta vez de un grupo de hombres no desmovilizados bajo el mando del mismo Jesús Emilio Escobar, y las familias debieron abandonar la tierra en el año 2006.

Mientras esta comunidad estuvo desplazada por segunda ocasión, la hacienda pasó a manos de las empresas CI Tequendama, de propiedad de la familia Dávila Abondano, y Aportes San Isidro, de José Ernesto Macías. Éstas de inmediato sembraron palma, pero no pudieron evitar que las familias desplazadas volvieran a las porciones de tierra que habían venido ocupando desde 1997. Así comenzó un nuevo enfrentamiento, esta vez con las empresas, las cuales presentaron querellas por ocupación que se hicieron cumplir por la Policía Nacional. La comunidad, por su lado, instauró una tutela con la que inicialmente se impidió su retiro, pero que no fue suficiente ante las acciones posteriores. Por tal motivo fueron desalojados en julio de 2009.

El capítulo que don Efraín debe estar escribiendo hoy para su libro, es el que narra que la comunidad, a pesar de que aún no cuenta con papeles que comprueben la propiedad de esa tierra, han decidido retornar voluntariamente una vez más, bajo la consigna de que son campesinos y que “el campesino sin tierra no es nada”. Han decidido creer en el discurso actual del gobierno sobre restitución y reparación, y han emprendido su regreso convencidos de que su reclamo se empara en la justicia, pues el Derecho se ha quedado embelezado con procesos que no se mueven ante el Incoder y la Fiscalía, y con una tutela que la Corte Constitucional se resiste a revisar.

Los cantos de don Efraín, así como las manifestaciones de su comunidad en el sur de Bolívar y en Bogotá, apoyadas ahora por múltiples organizaciones civiles y académicas, han llevado a que el gobierno comprenda que la situación de Las Pavas es un caso paradigmático de la cuestión humanitaria que impera en esa región; que no se trata sólo de un tema de restitución, sino de dignidad campesina, en donde el retorno debe sustentarse en la efectividad del derecho a la protección integral, a la salud, a la educación, a la infraestructura.

Pero el caso no sólo es una prueba para este gobierno, también lo es para la sociedad colombiana que deberá enfrentarse a uno de sus peores traumas: que su desarrollo económico se ha hecho posible con la violencia y el despojo en el campo. Así que cuando llegue el día en que don Efraín termine su libro, sabremos qué protagonista quiso interpretar el país en el final de la historia: sabremos si nos reconciliamos atendiendo a la autonomía del otro diferente, si fue posible un desarrollo en el que el terror rural y el desplazamiento fueron vedados, si el retorno a la tierra usurpada fue un derecho fundamental, si la dignidad humana alcanzó para una dignidad campesina, si en la restitución la terca seguridad jurídica pudo cedernos parte de su espacio, si el derecho a la propiedad pudo ser resignificado por las comunidades rurales.

Don Efraín y su comunidad escriben en su libro el mismo mensaje de sus cantos, ese mismo con el que esperan llevarnos a todos a un lugar en el que la ética se redefine, el derecho renace y el amor se reivindica: una “tierra prometida”. ¿Queremos ir con ellos?




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