jueves, 27 de noviembre de 2014

Bajo estas condiciones, ¿quién va a querer dedicarse a servir al país?




CONFUNDAMOS, CONDEMENOS Y DESMOTIVEMOS

No hay que tener una tarjeta profesional de abogado para entender la diferencia entre los deberes de un funcionario público y el dolo en la comisión de una infracción penal, entre la responsabilidad disciplinaria y la responsabilidad penal; y aun así, a Andrés Camargo le quedan más de 4 años en la cárcel por un asunto técnico al que la justicia quiso catalogar como “delito”.

Por: Laura Farías y Sebastián Solarte - estudiantes de la facultad de ciencias jurídicas de la Pontificia Universidad Javeriana

La sociedad colombiana se caracteriza por su escepticismo frente a las instituciones nacionales. Las críticas acerca de la falta de eficiencia de la justicia, de la corrupción e impunidad de los funcionarios públicos, de la mediocridad del Congreso o de las fallas que presenta el sistema hacen parte de las conversaciones cotidianas. Éstas, desafortunadamente, no siempre están suficientemente fundadas y se limitan a repetir los titulares esbozados por los medios sin preocuparse por construir un criterio informado. Sin embargo, existen casos –más frecuentes de lo que quisiéramos- en los que entre más se lea sobre el tema, más tristeza producen las consecuencias que dejan las actuaciones de las entidades estatales.

Tal es el caso de Andrés Camargo, exdirector del Instituto de Desarrollo Urbano, quien se encuentra en la cárcel por haber incurrido, según el Tribunal Superior de Bogotá, en el delito de celebración de contrato sin cumplimiento del lleno de los requisitos legales. Su situación nos hace cuestionarnos acerca de dos temas: primero, acerca de la forma como la justicia penal está manejando situaciones que no tienen ninguna relación con ésta, al punto de penalizar conductas de carácter disciplinario; y, segundo, sobre la desmotivación que estos casos generan en quienes alguna vez han considerado dedicar su vida a servir al país –escenario que involucra, particularmente, a quienes son actualmente estudiantes-.

Andrés Camargo, ingeniero civil especializado en legislación financiera en la Universidad de los Andes, decidió dejar temporalmente el sector privado para acompañar al entonces alcalde Enrique Peñalosa en la tarea de dirigir el I. D. U., instituto encargado de la realización de las obras públicas en Bogotá. Desde éste, lideraron la construcción, ampliación y reparación de cientos de kilómetros de vías, casi una veintena de puentes vehiculares, millares de metros cuadrados de andenes y parques, una novedosa red de ciclorutas y las troncales de un sistema de transporte revolucionario para la época: Transmilenio (más de 1500 obras, en total) que ayudaron a que Bogotá, ciudad eternamente estancada, se acercara un poco más a los estándares que una capital debe cumplir en pleno siglo XXI.
A Camargo se le acusa de ser el responsable de los daños de las losas en las troncales de Transmilenio de la Autopista Norte y de la Avenidas Caracas  que se presentaron una vez finalizado su periodo en la dirección de dicha institución. El rompimiento del concreto, cuyas verdaderas causan no han podido ser establecidas por los jueces que han conocido del caso, ha implicado para Camargo la imposición de una pena de 5 años de cárcel y una multa de 108 mil millones de pesos en razón de los perjuicios que este daño ocasionó al Distrito.

Durante el proceso penal fue imposible probar, en las diferentes instancias, la culpabilidad de Camargo frente a las acusaciones por el delito de interés indebido en la celebración de contratos conductas como el desvío de dineros públicos o el enriquecimiento ilícito personal o de un tercero. En esta misma línea, el Tribunal de Bogotá lo absolvió, en segunda instancia, del delito de peculado culposo (ya es contradictorio, por decir lo menos, el que se impute dolo para suscribir el contrato y culpa para la posible pérdida de dinero). Las razones por las que los jueces han considerado que debe ir a la cárcel son los infortunados resultados que, por causas técnicas |–en lo que coinciden todos los estudios-, tuvieron las losas de la Autopista Norte. Más aún, se ha comprobado que las decisiones sobre materiales y demás operaciones de construcción estuvieron a cargo exclusivamente del equipo técnico del I. D. U., las cuales se tomaron con base en los diseños que previamente había realizado la reconocida empresa británica Steer Davies Gleave, para la construcción de todas las troncales de Transmilenio en la ciudad. Esto lleva a la siguiente pregunta: ¿hasta qué punto debe un director responder penalmente por las decisiones tomadas por sus subordinados en las que no participa?

El delito de celebración de contratos sin el lleno de los requisitos legales se ha vuelto una trampa para los funcionarios públicos. La forma como está redactado el tipo (que ya no exige el provecho ilícito para que se configure el ilícito) y el análisis que han hecho los funcionarios judiciales resultan extremadamente peligrosas, en especial al realizar el análisis subjetivo: los jueces dedujeron el dolo de Camargo del incumplimiento de sus deberes funcionales (“coordinar, controlar y dirigir…”). Esta interpretación, además de extremadamente amplia y peligrosa, abre la puerta para que fácilmente sea establecida la responsabilidad penal de futuros funcionarios públicos derivada de problemas técnicos y sin que sea necesario el concurso con otros delitos.

Lo paradójico del caso está en que un proceso parecido se le había abierto años atrás, por las fallas en las losas de la troncal de Transmilenio de la Calle 80 pero, en aquella ocasión, la Fiscalía había reconocido que el debate era cuestión de tecnicismos y su responsabilidad penal como director de la institución encargada del desarrollo de la vía no tenía lugar pues todas las decisiones tuvieron fundamentos exclusivamente técnicos. Más aún, existían otras vías en las que se había utilizado también un idéntico sistema con idénticos materiales y en éstas no se habían presentado daños. Igual situación se presentó con la investigación por la Avenida Jiménez, recientemente precluida en primera instancia por la Fiscalía con los mismos argumentos,  

Y a continuación, ¿qué? Agotados todos los recursos tras la no admisión del recurso extraordinario de casación ante la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia (otra sorpresa, pues cumplía todos los requisitos legales para ello), la única alternativa que le queda por explorar a Camargo es la acción de tutela ante la misma Corte Suprema de Justicia para que la admita, ya sea resuelta por ella misma  o, posteriormente, por la Corte Constitucional tras ser seleccionada (lo cual es probable dada la novedad de la situación, el interés que ha suscitado y la importancia de sentar un correcto precedente).


Resulta llamativo (y no en un buen sentido) que, en un país que necesita cada vez una mayor participación en lo público por parte de quienes tenemos la suerte de asistir a las mejores universidades del país, se presente un caso como el de Camargo, en el que una persona honesta y de destacada trayectoria en el sector privado decide servir al país y termina injustamente castigado por ello. Y esto lo pagaremos todos los colombianos, retomando una frase que nos dejó Enrique Peñalosa en su columna de opinión para El Tiempo del 16 de julio de este año. ¿Cuál es la motivación que tenemos nosotros para dedicar nuestras vidas al servicio público, si sabemos que, gracias al precedente sentado, una falta disciplinaria puede traer consecuencias penales? Camargo, quien nunca se robó un peso y cuya transparencia lo llevó a entregarse a las autoridades el 8 de septiembre de este año, nos ha enseñado una forma de enfrentar la justicia basada en “el que nada debe, nada teme” y cuyo resultado, irónicamente, es mostrar que la autoridad, pese a estar equivocada, sigue siendo la autoridad y debe ser respetada. Y si bien Camargo se está actualmente privado de la libertad, encuentra su tranquilidad en saber que puede mirar a los ojos a su esposa, a sus hijos, a sus familiares y amigos y, en general, a la sociedad colombiana con la conciencia tranquila y sabiendo que, desde afuera, todos estamos con él.  

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